Ogro ya había elegido el lugar en el que quería vivir, en mitad del bosque... pero conejo, que se había convertido en su inseparable compañero, le advirtió que era imposible, que Primavera no le dejaría dormir allí, el adorable tocapelotas no sabía que se confundía, aunque no lo suficiente.
Primavera era dueña del bosque, bueno, mejor dicho su esencia, la que impregnaba todo de ese aroma que volvía loco a Ogro. Su cabello era trigo maduro, en sus ojos se escondía el mar más profundo, su piel rivalizaba con la frescura de la nieve y sus labios parecían dulces fresas... el feo ogro soñaba con probar aquellos besos que debían ser como azucar puro. Terco como era, no hizo caso al conejo (del que no sabía el nombre) y se atrevió a cruzar la hilera exterior de arboles.
Bajó a Conejo (había decidido llamarlo así) al suelo y, haciendo altavoz con las manos huecas en torno a sus resecos labios, gritó: "Primavera". Apareció al instante, radiante, bellisima, increible y supo que se había enamorado de ella con sólo verla.
Ella le invitó a pasear juntos por el bosque, dejandole pasar por donde le placía... hasta que llegaron a un inmenso corro de robles que parecían proteger, en cerrada formación, algo que atrajo de inmediato a Ogro... Primavera le cerró el paso y le dijo que allí sólo podían entrar los elegidos, y él, obviamente, no lo era.
Aquella noche durmió en el bosque, a la mañana siguiente regresaría a su cueva y se encerraría por dentro, por una vez conejo no se reía del fracaso de su enorme amigo... había llegado más lejos que él mismo y le daba pena ver que no había podido ser.
Escrito por Träne (trane1985@gmail.com) a las 18 de Abril 2005 a las 07:52 PM