(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 20 segs)
Nos levantamos en el albergue de Castro, otro albergue privado, con cierta comodidad aunque menos acogedor que el de Berducedo. He decidido que hoy sería el último día, que íbamos a acortar nuestro objetivo en una etapa, tampoco teníamos planeado llegar hasta la ciudad de Lugo, no supone un gran recorte. Poder aguantar, se puede, ni siquiera he notado menoscabo físico más allá de los pies, pero no tiene mucho sentido forzar e ir sufriendo. Sobretodo por mi acompañante, que ya cojea demasiado y que no va a rendirse a menos que yo lo haga. Cargo el peso de la decisión a mis espaldas.
Y, para ser sinceros, las perspectivas de poder coger un autobús para pasar la noche en casa me animan lo suficiente como para sobreponerme a la tristeza de abandonar el objetivo. Me estremezco al pensar en una larga ducha caliente y en mi adorada cama. Nos espera un día nublado que empieza con una última ruta por carretera de montaña. No se ve mucho más allá de 100 metros, lo que sí vemos es el cartel que nos indica que finalmente cruzamos de Asturias a Lugo. Voy sólo, y me alegro, por un momento el desánimo cubre mi cara.
Las despedidas siempre son amargas, sobretodo para las personas que tendemos a encariñarnos con la buena gente. Por suerte, nuestro repentino abandono hace que más de la mitad del grupo no esté presente. Montado en el autobús que nos lleva a Lugo, donde enlazaremos hacia Madrid, voy planeando mi próximo viaje, esta vez en solitario. Me he quedado en Fonsagrada, y de ahí pienso partir dentro de unos meses, para acabar lo que he empezado y para llegar a Santiago.
Más que un "adios", se me antoja un "hasta pronto".
]]>
Me siento bien. He pasado una buena noche, la mejor hasta ahora. Me cuesta levantarme. El albergue privado de Berducedo es especialmente confortable (aunque carillo) y disfruté la noche anterior con el grupo. Muchos gestos aleatorios de bondad de esos que me alegran el día (o bueno, en ese caso la noche).
Durante el camino voy bromeando con el cordobés, si las subidas son puñeteras, la bajada hasta el embalse de Salime es una locura de 800 metros de desnivel y varios kilómetros atravesando bosques. Debe ser que ya vamos tocados. Cada parada me mata, volver a iniciar supone cojear un par de cientos de metros hasta que entro en calor. He cambiado las botas por mis confortables deportivas de correr, estoy seguro de que no es la mejor opción... pero la mejor opción es descansar unos días para que cierren las heridas y se quiten las ampollas, y de momento no me lo planteo. Sin embargo, el entorno me hace olvidar todo. Sigo sintiendo ese placer intenso cada vez que miro al cielo y sólo veo hojas y ramas, de ir caminando en silencio y sólo escuchar el bastón dando rítmicos golpes en el suelo, los pájaros entre los árboles y el ruido de algún animalejo escabulléndose entre los arbustos.
A pesar del buen descanso y del paisaje, el día de hoy está siendo duro. Un compañero ha abandonado por las lesiones. Y por primera vez soy consciente de que esto se acaba, de que apenas quedan unos días. Me siento cómodo y confortable. El ser humano tiene esa tremenda capacidad de poder hacer, de cualquier sitio que pisa, su hogar. Por un momento mi mente viaja a polvorientos caminos muy lejos de aquí.
Mi hogar siempre será donde encuentre la felicidad. ¿Cuál si no iba a ser el motivo? Es lo que hace que todo lo demás merezca la pena, que las frustraciones y los miedos de nuestro día a día tengan algún sentido. ¿Qué otra razón puede ser más importante para llamar a un lugar, o una persona, hogar?
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 30 segs)
La etapa de hoy es la que parece más dura, o eso dicen. Yo empiezo un poco acojonado porque un alemán y un austriaco han salido antes de tiempo y me he dado una pequeña carrera de 100 metros para advertirles que comprasen agua (algo muy repetido en español, pero no en inglés o alemán). ¡Me he quedado sin aire en apenas 100 metros! Vale que trotar medio cojeando mientras esquivo boñigas de vaca a oscuras no es mi especialidad (¡todavía!) pero golpea mi animo.
Todos tenemos nuestras redes, yo tengo media docena de cosas a las que agarrarme, alguna especialmente confortable y mullidita, razones por las que el desanimo o la tristeza sólo son temporales. Esa sensación de estar a salvo por la que, después de cada golpe, uno se levanta del suelo con una media sonrisilla grabada en la cara.
Aún así, una de las cosas que comentaba ayer cobra importancia. Caminar con gente siempre ayuda en estos momentos. Hablando con unos y con otros descubro que casi todos tienen algún día más regular, con menos animo, menos fuerza. Días que tiras con todo hacia delante por inercia.
A mi me dura poco. Cuando estamos preparados alguien me sonríe (con esa sonrisa llena de fuerza) y se lanza de cabeza a andar, así que me animo de golpe y mantengo su ritmo para ir charlando. Siempre he pensado que no todo el mundo es consciente de lo que provocan en otros. Incluso en breves lapsos de tiempo. Cómo pueden llegar a mejorar, sin darse cuenta, una experiencia con una simple sonrisa.
Finalmente la ruta resulta la mejor de todas las que he hecho hasta ahora. El primer ascenso te quita un poco el aire, pero una vez en caliente, es llevadero. Las nubes van rodeándonos a mitad de camino para acabar a nuestros pies según avanzamos, cubriendo el valle y regalándonos espectaculares vistas. El suelo esta cubierto de hierba y hojas, alimento para los caballos salvajes y las vacas que pastan en la zona. Hay ratos donde el viento sopla con fuerza, extiendo los brazos y disfruto de sentirme libre.
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 10 segs)
Esto empieza en el día 0 :).
Nos alegramos de salir del albergue de Tineo, demasiada gente, demasiado poco aire. Cambian los planes con los que salimos de casa, vamos a hacer una variante diferente a la de las guías, así que hoy toca una ruta más corta, no más de 20 km, hasta Borres. Esto nos dejará mañana a punto para tomar la ruta de Hospitales, sólo practicable si no hay niebla.
Caminar con gente siempre es más agradable, puedes charlar, las paradas técnicas son más amenas y, aunque siempre cuesta adaptarse a otros ritmos (ya sea a más o a menos), merece la pena. Aunque para gustos, los colores, siempre habrá quien rechace la compañía (bueno, casi todo el mundo necesita a veces caminar solo).
Nos abastecemos en Campiello (entre bromas con el cordobés, empeñado en llamarlo Campeillo), 3 kilómetros antes del albergue objetivo, no nos queda otra si queremos llenar el estómago mañana en nuestro ascenso por el puerto de Palo.
El albergue de Borres esta lleno de barro y moscas. Sólo tras un lavado de cara por parte de una pareja del pueblo, fregona en mano, empieza a haber cierto alivio. Una vez en el baño me quito las botas para comprobar que llevo los calcetines teñidos de sangre. Me duele y cojeo ostensiblemente cuando me quedo frío... Intento disimular para no preocupar a nadie. Consejo tan tonto y repetido que parece mentira que no lo haya aplicado yo mismo: El calzado debe ser adecuado a cada uno, y debes probarlo durante meses antes de hacer el camino. ¡Apuntáoslo!
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 10 segs)
Desayunamos en el único lugar abierto a tan tempranas horas en Salas, bar la Luciana. Una mujer sobria pero agradable nos sirve un buen desayuno antes de iniciar la marcha. Está justo antes de cruzar el vetusto arco de piedra que da paso a una coqueta plaza, y que se yergue en silencio esperando a que los peregrinos lo crucemos.
Cuesta arrancar y nos espera una subida inicial por un desnivel interesante. Vamos dejando atrás primero casas y luego árboles, todo a oscuras. Por más que me fijo no veo velas apareciendo entre las sombras, lo malo de las leyendas es que nunca le pasan a uno mismo.
Una persona a la que quiero mucho y a la que admiro por su inteligencia me ha dicho por teléfono que Europa se ha construido en el Camino de Santiago, pensaba que era una licencia poética. Pues resulta que no. Estamos haciendo tiempo frente a la puerta del masificado albergue de Tineo para ir a comer, allí un eventual miembro del grupo habla de historia ante un corro de gente que aguanta la fina lluvia. Yo mismo hablo en inglés sobre ingeniería con un americano y, dentro del vestíbulo, dos franceses que acaban de conocerse intercambian impresiones.
Intuyo que los peregrinos de la Edad Media hacían algo parecido, y dado la limitación de comunicaciones de la epoca, debía ser un gran explosión de conocimientos. Peregrinos hablando de como plantar mejor los tomates, qué vacas eran mejores lecheras, qué construcciones eran más impresionantes y aquellos lugares exóticos que visitaron.
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 1 min)
¡Y lo hay! Siempre hay un mañana. También salimos de noche del albergue. Me encantan las rutas nocturnas... El silencio del entorno sólo roto por los mugidos de las vacas, el cacareo de algún gallo madrugador que canta a nuestro a paso... Y al que seguramente el dueño quiera estrangular por despertarle antes de las 6...
Sigue apasionandome el levantar la mirada y ver sólo ramas y hojas. Ruta cortita y facililla hasta Salas, y allí nos cruzamos con una pareja cordobesa que habiamos conocido en el anterior albergue y que piensan seguir despues de comer, con ellos viene una nueva peregrina que decide quedarse con nosotros. Hay sonrisas que ya dicen mucho desde el primer momento.
La ruta de hoy ha atravesado bosques, y la de mañana también. Rondan las historias a la puerta del albergue, viejas leyendas gallegas y asturianas. Mi favorita, la que una señora temblorosa me contó hace años en otro viaje por el mundo rural gallego y asturiano. Una fila de almas en pena portando velas, la Santa Compaña gallega o la Güestia asturiana.
De día suelo ser bastante reacio a creer en estas cosas, de noche en mitad de un bosque lleno de árboles cuajados de sombras... digamos que tengo una mentalidad mucho más abierta. Pero mucho mucho más abierta. A ver si mañana cuando empecemos a andar, a en la última hora de la noche, vemos alguna hilera de llamitas zozobrando en la oscuridad.
]]>(Tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 10 segs)
Cogemos el autobus por la noche con la intención de llegar a Oviedo de madrugada... El Camino Primitivo es, según dicen, de los más duros, "apenas" 210 km de espectaculares paisajes. Es bastante más corto que otras variantes pero es durillo, con un perfil de subidas y bajadas del que ya me avisaron mientras me sacaba las credenciales.
En el autobus voy nervioso, como un niño con zapatos nuevos. Apenas duermo un par de horas acurrucado en mi no del todo cómodo asiento, tampoco ayuda la rotunda señora de al lado que me empuja contra el pasillo en su profundo sueño. Pero la verdadera razón de estar despierto es que me apasiona la sensación de enfrentar nuevos retos, de experimentar nuevas emociones. No puedo evitar ser tan intenso, tan pasional, y es algo que me ha metido en problemas en más de una ocasión, pero que no cambiaría para nada. No me convencen los mares en calma.
Hacemos tiempo en la ciudad, no vamos a dormir y acabamos por salir de noche, con ganas de avanzar rápido... Cruzamos las primeras aldeas de las afueras en plena noche, a buen ritmo, pero pasan las horas y acabamos por chocar contra nuestra resistencia en Grado, con 30 km de etapa y 4 km de turisteo madrugador a nuestras espaldas. Nos venimos un poco abajo al descubrir que no hay albergue y que tenemos que andar otros 3 km por una cuesta empinada para encontrar una ansiada litera en la que reponer horas de sueño.
Casi abrazo a un señor de sonrisa comprensiva cuando se ofrece a llevarnos con su propio coche hasta arriba. Me emocionan los gestos aleatorios de bondad.
Por mucho que el albergue estuviera lleno, las camas fueran incomodas o sólo hubiera un par de duchas para la veintena de personas que estabamos alli, dormí y descansé como si no hubiera mañana...
]]>(Tiempo medio de lectura estimado: 35 segs)
Me fui un poco repentinamente, casi sin despedirme, al Camino de Santiago. Y mi blog quedó vacío, sin un autor con Internet para ir contándolo (que tampoco ha supuesto un drama para nadie, supongo).
Puede que haya sido una de las experiencias más interesantes que he tenido en los últimos años, y bien merece unos cuantos posts. Afortunadamente llevaba móvil y cada noche, metido en el saco, escribía algunas cosillas que ahora voy a transcribir.
A estas alturas ya estoy en casa, con las heridillas curadas y planeando el siguiente viaje, pero me apetece contar lo que me pasaba por la cabeza. Va a ser una especie de diario en diferido.
Intentaré condensar todo en textos cortitos, de uno o dos minutos como máximo, para seguir el formato del blog...
]]>"La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano". Friedrich Wilhelm Nietzsche
(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 10 segs)
Esta mañana he acompañado a una amiga a hacer un recado. Nos hemos despedido con un abrazo y he dado un breve rodeo antes de llegar a casa para echar un ojo al coche aparcado en una calle cercana a la estación. A mitad de camino una chica me ha abordado en la calle, debía tener 17 o 18 años y "lloraba" desconsoladamente. Me ponía ojillos y la boca formaba una pequeña "o" que daba un tono lastimero a lo que decía.
Me imploraba algo de dinero porque la habían dejado tirada y no podía volver a casa. Desde el principio me he dado cuenta de que no tenía lágrimas de verdad, y de que el tono era hasta cierto punto fingido (demasiada experiencia con adolescentes que intentaban engañarme en Irlanda para que les dejase emborracharse), así que he dicho que no llevaba nada suelto y he seguido mi camino.
Ahora me arrepiento. Tendría que haberme parado y haber hablado con ella. Uno nunca sabe lo que puede haber detrás de alguien, y sin duda, juzgar en 5 segundos por un par de detalles, no es el mejor método posible. Incluso sin estar en mi mejor momento económico, no sería un problema pagar un billete de tren, o un café, o un bocadillo. O, lo que es más importante, ofrecer un oído.
Da igual si sólo uno de cada diez tiene una historia de verdad, no se puede ignorar a todos por sistema. Tengo que apuntármelo para que la próxima no se me olvide... cuando uno se siente fuerte a veces olvida que no siempre ha sido así, y que una mano tendida es todo un lujo.
]]>(tiempo medio de lectura estimado: 1 min)
Un latido de corazón, toda una vida comprimida en medio segundo, marcando el compás de existir y no sólo de estar. Corro más rápido. Las zancadas son más largas, los golpes de las deportivas contra el suelo arenoso más potentes. El aire abre caminos ante mi paso, rozando la piel de mi cara y de mi pecho, el sudor empieza a evaporarse. Ya no oigo. Ya casi ni veo. La velocidad lo satura todo, la adrenalina recorriendo las venas va pintando las paredes cubiertas de mis miserias del color verde lleno de vida de las plantas en primavera y el azul eléctrico de un relámpago en una tormenta de verano.
Siento los músculos de la pierna izquierda a punto de reventar, tensos, dibujando formas bajo la piel. Aparece un pequeño dolor en el hombro derecho. Sólo surge cuando fuerzo, cuando llego a mi límite. Algo familiar. Se extenderá hasta la clavícula. Quiero dar un paso más allá. Quiero sentir que estoy vivo. Quiero que el dolor me recuerde que la culpa es mía. Mi fracaso no es culpa tuya, ni tuya, ni tuya... es solo mía, y lo asumo. No resisto más. Mi cuerpo avanza por pura inercia hasta que acabo por parar.
Me siento libre cuando me hago responsable. Aprovecho estos momentos de determinación. Estos latidos de medio segundo que llenan como si fueran horas. Si mis pulmones no estuvieran bombeando el oxigeno que necesito, gritaría.
Me limito a sonreír.
]]>
(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 15 segs)
Después de 9 años, todavía me siguen llegando emails preguntando ¿por qué?, ¿por qué escribir un blog? Y últimamente, más, con las redes sociales donde cualquiera puede poner sus cosas en los tablones sin necesidad de complicarse mucho.
Para mi este blog es como una pequeña libreta. Muy pública, eso sí... pero para llegar hasta aquí hay que hacer unos cuantos clicks. Quiero que la persona que quiera leerme se tome un tiempo. Como yo lo hago para escribir (ahora, en mitad de la noche, con un café recién hecho en el que flotan un par de hielos). Tengo relaciones relativamente fluidas que rara vez se toman la molestia de entrar aquí, y está bien. Casi prefiero que no me lea nadie a que alguien lo haga por una obligación social (¡y de un par de años a esta parte, no puede decirse que sobren los lectores del blog!).
Decía el abuelo de mi madre, un señor de campo muy culto al que no he llegué a conocer, que "para escribir hay que estar un poco roto". Básicamente que uno escribe cuando lo necesita, no cuando se pone a escribir (a no ser que tenga que vender libros... en cuyo caso, G.R.R. Martin matará a todo personaje con el que te encariñes). Cuando escribo esto, no comparto sólo unas palabras. Por eso prefiero que quien se acerque, lo haga consciente de que se acerca.
He estado sumamente desconectado dos o tres semanas. No he mirado emails, Facebook, whatsapp (salvo alguna especial excepción), ni nada... y al volver a la realidad he descubierto que el mundo no es tan suave como ha sido durante estos días. Tampoco lo era antes de desconectar, pero los reenganches suelen ser más duros. Y mi necesidad de escribir ha aparecido de golpe. Ese es mi porqué.
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 50 seg)
No es que Bruce Lee me apasione, pero viendo un documental con mis amigos descubrí algo motivador. Tuvo una seria lesión de espalda haciendo ejercicio que le dejó practicamente incapacitado, para hacer la dificil rehabilitación escribió en varios papelitos "sigue adelante" y los fue colocando por la casa. Logró volver casi a su estado anterior a base de esfuerzo.
Hoy no pensaba ir a correr, tengo un dolor intenso en el costado izquierdo, las abdominales cargadas y una punzada en el hombro derecho (una joyita, vamos), la fisio me ha dicho que no parece nada, simplemente que al empezar a hacer ejercicio en serio el cuerpo se resiente, necesita adaptarse a la nueva dinámica.
Nunca he sido obseso del deporte, de hecho, ha habido semanas que ni he pisado el gimnasio, pero ahora salgo un par de horas casi todos los días. Me sienta bien. Y tengo un objetivo claro. Desde que he cambiado las máquinas en un espacio cerrado por ejercicios al aire libre, no me cuesta tanto el calzarme las deportivas. Y aunque hoy casi he intentado justificar el no hacerlo, voy a apretar los dientes para aguantar el dolor y a salir. "Sigue adelante". No hay excusas.
]]>(tiempo de lectura medio estimado: 55 segs)
Esta mañana he ido a "correr" (y va entre comillas porque, de los 13 kilómetros de mi recorrido, 9 de ellos son andando). Ahora salgo todas las mañanas, he encontrado un cierto vicio a eso de calzarme las deportivas. Aunque la noche anterior piense que me toca descansar o que tengo mucho que hacer, por la mañana me acuerdo cuando ya estoy en camino. Supongo que es la manera que he acabado eligiendo para afrontar todo lo que no me gusta, o lo que no me sale, que ahora mismo son unas cuantas cosas. ¡Mejor opción que izar la bandera negra!. Supongo.
Hay momentos en los que me regalo un sprint. Es ese estallido de absoluta evasión, en el que la única meta de mi cuerpo es avanzar. En el que todo a mi alrededor se emborrona. En el que apenas noto los arañazos de los arbustos hendiendo la piel de las piernas dibujando profundas lineas rojas. En el que siento latir los músculos, rabiosos, desde los tobillos hasta el pecho.
Es un momento único. Un estado alterado de la conciencia. No hay miedos, ni enfados, ni frustraciones, ni grietas, ni armaduras. Es el momento en el que me siento más yo. Más lobo. Más libre.
]]>
(tiempo medio de lectura: 45 segs)
Unos ojos oscuros, tristes y profundos, enmarcados en arrugas, sostienen mi mirada. Su español, empolvado por el desuso de 50 años, llena la pequeña sala mientras sus manos se mueven con destreza.
Tensa el hilo, la aguja pasa por la piel del paciente, sollozante, cerrando una larga herida. Es un niño con un corte en la pierna. Cuatro puntos. Le va a quedar una cicatriz tremenda.
Involuntariamente paso la yema de los dedos por la fina linea vertical, apenas visible, que cruza mi frente. Me dieron 32 puntos en el hospital a 10 minutos de mi casa. La destreza de dos cirujanos de urgencias, con tiempo y recursos, borró casi toda huella de una herida profunda.
Permanezco en silencio mientras coloca la venda. Procuro absorber todo lo que me rodea. Los colores de las paredes, los sonidos que se cuelan por la ventana, la gota de sudor que recorre mi espalda. Intento memorizar sus palabras. No sería hasta aquella noche cuando se abrieran paso entre mis defensas.
"Transforma tus sentimientos negativos en acciones positivas. No destruyas, construye".
]]>
(tiempo de lectura medio estimado: 40 segs)
Mi dedo indice se desliza suavemente por el borde del vaso. Una de mis cervezas favoritas me mira impasible, casi retándome, a la espera del primer trago. El ambiente bullicioso que nos rodea se difumina. Levanto la mirada.
Me cuesta centrarme en la conversación. Cualquier otro día hubiera disfrutado. Pero hay alguien que me distrae involuntariamente (e inconscientemente) a cientos de kilómetros. Saco la sonrisa de "medio lao", mi uniforme de fingida indiferencia, y me obligo a contestar.
El tacto del cristal frío me mantiene atado a la realidad. El primer trago, siempre amargo, recorre la garganta. Lo disfruto. Sigo hablando. Hay risas. Otro trago. Sin piedad.
Vuelvo a jugar con el borde del segundo vaso. Es casi un ritual cuando pienso. Esta es otra cerveza. Más densa. Más amarga. Más familiar. Un hogar que no ha cambiado me inunda de golpe.
La música de fondo se anima.
Y yo, tambien.