Pensé que en mi cueva no podían entrar y encontrarme, me sentía seguro en la densa oscuridad, masticando el silencio, en una estable soledad, cubierto de concentración, buscando mi proposito. Sin antorchas que me delataran ni ruidos propios que desvelaran mi escondite.
Pero algo entró reptando, no pude verlo, ni escucharlo, y de repente me agarró del pecho, no era del tipo de abrazo que te da la oscuridad, que te acuna en un calido sopor, suave y carismático. Era un abrazo frio, como el caer de miles de alfileres al suelo, metálico, como si te estuvieras ahogando en el agua, con luces que estallan delante de tus ojos, y tus pulmones luchan agonicos por respirar aire y solo encuentran agua.
El ardor de mi piel se hizo más evidente, instintos dormidos despertaron, mi cuerpo empezó a exigirme, quería liberarse de aquellos grilletes de hielo que ya habían acunado esa conocida sensación de impotencia, que se instala en la boca del estomago y te obliga a andar encorvado. Mis uñas arañaron el barro del suelo, mi frente se llenó del agua sucia cuando caí de rodillas. Los instintos animales luchaban en su jaula, golpeando las paredes con los que les habia recubierto, tensos, nerviosos, chillando, gritando.
Hasta que rompieron la jaula, y tomaron el control de mis deseos... me levanté en toda mi estatura, y me abandoné a su dominio. Lucharon contra las barreras que rodean mi vida y encontraron una via de escape que usar.
Y la paz me fue invadiendo poco a poco, mientras el cansancio me vencía palmo a palmo. Los musculos ardian, como bolsas de lava temblorosa a punto de reventar, los pulmones quemaban el aire que les llegaba cada segundo, el corazón bombeaba la sangre caliente y pura hasta el último rincon del cuerpo.
Los vientos amainan, trás la tormenta siempre viene la calma y ahora solo queda recuperarse. Y arrastrarse de nuevo hasta la oscuridad, allí donde la lucha se entabla en otros campos de batalla.
Escrito por Träne (trane1985@gmail.com) a las 10 de Septiembre 2008 a las 03:03 PM | TrackBack