"El más libre de todos los hombres es aquel que puede ser libre dentro de la esclavitud." François Fénelon
He pasado unos días con los amigos. Cuatro días en casa de uno de ellos, cada uno con su consola de videojuegos.
Cuando lo escuché la primera vez pensé en lo frikie que era meterse en una casa a jugar entre todos durante horas, pero como he aprendido que juzgar sin conocer no sólo está mal si no que es profundamente estúpido, me animé a probarlo. Y la verdad es que engancha, a poco que te gusten los videojuegos, y no precisamente por el componente meramente lúdico. Cierto es que suelo quedar el último en los juegos de coches, apenas me defiendo en los partidos de fútbol y en los juegos de tiros, y, si acaso, destaco en los juegos de estrategia. Me falta práctica, pero es lo de menos.
Lo curioso es que detrás de esta apariencia frikie, se esconde una realidad insalvable, necesitamos romper unos días con unas vidas que a lo mejor no se ajustan a todo lo que nos gustaría vivir. ¿Qué puede unir a un psicólogo, a un montador aeronáutico, a un estudiante de psicología, a un diseñador y a dos estudiantes de ingeniería? ¿Qué puede cohesionar a media docena de personas (a veces hasta 8 o 10) de entre 23 y 38 años? Las quedadas básicamente están planteadas para que dejemos el reloj y el móvil en el bolsillo más alejado de las mochilas y vivamos con una única norma: Que no se estropee el buen ambiente. Se come cuando hay hambre, se cocina si apetece y si no a sándwiches, se descansa cuando a uno le venga en gana, y si apetece echarse un cigarro y un café en la terraza, pues se hace. Si apetece decir chorradas y lanzarnos pullitas, bien, si apetece hablar de cosas más serias o que nos afectan mucho, también.
La idea de algún tipo de anarquía transitoria tiene su atractivo para los que vivimos pegados a un reloj, pendientes de no llegar tarde a trabajar, de comer con el tiempo justo para llegar a las clases de por la tarde, de no olvidar la bolsa de deporte para pasarte por el gimnasio, de preparar el despertador cada noche para no quedarse dormido. Después de sentir la pesada (aunque a veces reconfortante) lacra de la rutina de férrea puntualidad durante meses, el tener un descanso de todas las obligaciones es, más que un lujo, una necesidad.
No dejamos de ser esclavos del reloj, pero al menos encontramos momentos para pararlos y que sea la libertad quien da las horas.
Escrito por Träne (trane1985@gmail.com) a las 22 de Agosto 2010 a las 09:36 PM | TrackBack