No diria que tengo mala orientación. Años de patearme Madrid, conociendo recovecos, viendo rostros, empapandome de sus avenidas llenas de tiendas con mil cosas para comprar y de calles llenas de prostitutas y drogadictos sin nada ya casi que vender. A menudo caminando sin destino en la maraña de cruces que supone la gran urbe.
Igual que en mis excursiones a Dublin, apenas media docena de veces, y ya me se mover con cierta soltura, como llegar a algunos puntos de la capital irlandesa, tiendas curiosas, lugares más seguros para llevar a los estudiantes y escondites llenos de gente donde dejarse caer un rato a ver el cielo blanquisimo de nubes a punto de romper a llover (que es la unica forma en la que he visto el cielo dublinés).
Incluso en la montaña conozco los tipicos trucos para orientarse, por donde aparece el sol, donde sale el musgo, la posición de las estrellas...
Y a pesar de todo eso, hay veces que pierdo el norte, y mi objetivo se difumina. Y ya no se lo que busco, ni lo que tengo que pensar. Casi como si los cantos de sirena clamaran la atención del capitan de navio y le llevase contra las rocas. Nublando la vista, dominando los movimientos, adormilando la mente y engañando a los sentimientos.
Adelante, escribe