Por estas fechas surgen (aunque esten en marcha desde hace tiempo, normalmente no se muestran a la inmensa mayoria de la opinion publica) dos corrientes claramente diferenciadas: se trata el 11M desde el punto de vista politico y analitico (y lo meto en el mismo saco porque pocas personas son capaces de hacer analisis ajenos a sus planteamientos politicos) y desde el punto de vista humano. Dejaré de lado el primer ambito, sobre todo porque estoy harto de leer "teorias conspiranoicas de la recalcitrante derecha española" o "absurdos, por la obviedad, argumentos de la izquierda radical"... descalificaciones constantes de gente que dice poseer la verdad absoluta cuando el unico punto en comun que tienen es que está claro que hay demasiados puntos oscuros. Como para atrevernos a poner la mano en el fuego...
De lo que si me atrevo a hablar es de lo que sentí, tanto ese dia como los siguientes. Ese vacio que te inunda, que te atrapa y que parece venir desde abajo. El tener que desafiar las leyes naturales y no poder creer lo que tus propios ojos ven, sentarte en una silla para poder asimilar el temblor de piernas, el responder a las llamadas como un automata, casi sin demostrar sentimientos, "¿pero te has enterado de lo que pasa?", y la respuesta es un sí tranquilo, como si te preguntaran si te apetece otro café. Salir de ese estado segundo a segundo, reaccionar y sentir como todo el aire del mundo sale de tu pecho cuando oyes las voces de las personas más queridas.
Y es entonces cuando empiezas a ser consciente de lo que está pasando realmente, de que, al igual que tu has escuchado las voces familiares de tus seres queridos, hay otras muchas voces acalladas y otras muchas personas que no pueden suspirar de alivio. Y es cuando la primera lágrima en años rueda por mis mejillas.
Dia a dia Madrid parece recuperarse. Pero si a menudo hablo de que parece haber una bestia herida bajo la capa de asfalto, una bestia que resopla y se revuelve... en los dias posteriores podías sentir a la bestia, habitualmente llena de vida, temblando y sollozando. La vida que normalmente adorna las calles de la capital apareció apagada a mis ojos, como si los grises fueran más grises.
Atocha guarda un sepulcral silencio. El crepitar de las velas puede oirse casi en cualquier punto del vestibulo principal. Quieras o no, acabas dando un rodeo en tu habitual recorrido para pasar por delante del improvisado santuario, para rendir tu indiscutible personal homenaje... y ves a gente inmovil, llorando frente a los centenares de velas, carteles en incontables idiomas y flores... y ves sus labios murmurando, quizas un rezo, quizás unas preguntas o simplemente diciendo lo que no se atrevió a decir a la persona que ya no está.
Decenas de mensajes inundan ahora los periodicos, y por estas fechas revivo lo que pasó hace dos años. Y huelo de nuevo la cera de las velas, y veo de nuevo las heridas en la cara de la gente... los crespones negros de hace 24 meses, ahora retirados de los escaparates de todas las tiendas, parecen dibujarse de nuevo en mi mente, como, seguro, en la de muchos otros.
Hace dos años perdí dos conocidos en esos trenes. Y he comprobado que la inmensa mayoría de los madrileños pueden contarte alguna historia personal, "el vecino de mi hermano", "el primo de mi compañero de clase", "el hijo de mi amiga"... y ahora, escribiendo, las lágrimas surgen de nuevo. Y cuando ponga el punto final, estaré más tranquilo, me sentiré desahogado... y me siento culpable por poder tener el privilegio de expresar mi dolor, que dia a dia ha estado aqui, pero que ahora se hace necesario soltar.
Porque ahora veo de nuevo a familiares llorar, porque los recuerdo frente al altar de velas en atocha, porque un dia al año, Madrid se lame sus heridas, y con Madrid, medio mundo, que sabe lo que es sufrir estos zarpazos. Al fin y al cabo, cada victima es un hermano.
Adelante, escribe