Calma

Aprovechando que tenía que salir un momento, escapé de mi casa anoche, todavía con la sangre ardiendo. En cuanto puse el pie en la calle sabía que tenía que desahogarme antes de subir de nuevo y ponerme a trabajar.

Es curioso como una ciudad de 200.000 habitantes puede estar tan vacía tan sólo a las 12 de la noche, hace unas semanas paseaba por un Madrid atestado a estas horas de un jueves. Mis pasos resonaban en el silencioso ambiente nocturno del centro... algun conductor cansado aceleraba para llegar antes a su casa, algun gato solitario maullaba a las estrellas...

No fui más que con un jersey, poco para los apenas 2 o 3 grados... pero el frio siempre me ha sentado bien. Podía notar como mordía la parte del cuello descubierta y como besaba mis mejillas, agarrado a mis manos sin soltarme. Enfriando mi animo y calmandome.

Desde niño ideé un sistema propio para estos casos. Cuando tenía un problema que me hacía daño, que me preocupaba o que me enfadaba, pensaba en ello, casi hasta el masoquismo, sintiendo como sangraba por dentro. Una vez que llegaba al limite, me esforzaba por calmarme, por asegurarme que todo iba bien... en cuanto me tranquilizaba, volvía a pensar de nuevo en lo mismo... y así sucesivamente. Descubrí que cada embestida es menos y menos fuerte y se me hace más facil controlarlo y no que el problema me controle a mi.

Mi estado de animo, las oleadas de ira, seguro se notaban en mi caminar... cuando pensaba en las horas de trabajo gratuito (e injusto pues no me correspondía a mi hacerlo) que me habían endosado mis pasos se hacían más largos y los ecos sonaban más profundos. Despues de media hora mi cuerpo estaba purgado, la calma me dominaba otra vez, había encerrado en su jaula de nuevo al león que amenazaba con amargarme.

Y de regreso a casa, ya no me parecía tan inclemente el frio ni tan solitarias las calles... a pesar de que era la misma temperatura y seguía sin haber nadie.