El último nivel en la pirámide de Maslow, algo prácticamente inalcanzable, como la meta en una carrera de fondo que avanza al mismo ritmo que el corredor... un reto constante para quienes no tienen miedo, o no tienen nada, o no quieren otra cosa.
Sacrificar. Dejar atrás caminos que no te importaría seguir, decisiones que te llevan a un mundo de aparente oscuridad donde sólo tu ves, saltar contra una pared con un paisaje dibujado con tiza, demencia en estado puro, donde todas las apuestas juegan contra ti, con que te golpearas con los ladrillos. Y sólo tu sabes que quizás, como en los dibujos del correcaminos, sólo el coyote se estampa contra la pared.
Elegir la bifurcación en el río, impelido por las corrientes que corren contra tu tiempo, agua rápidas y poco profundas o aguas calmadas y profundas, sin más opción, sin prorrogas. Un camino con sol o un camino con sombras.
Y la elección está hecha. Raro que es uno, que a veces hasta me doy un poco de pena (por eso de la conveniencia social tan inculcada desde que somos niños), pero hoy me quedo en casa, ayer ya estuve hasta las 5 de la mañana escuchado rock en las fiestas de mi ciudad y mañana también haremos lo mismo... creo que hoy puedo darme un respiro para alcanzar el último escalón de Maslow, lo necesito, aunque sea por un puñado de horas al año.
Que Damocles se guarde hoy su espada. Me da igual que me juzguen... hay cosas más importantes en juego.
Adelante, escribe