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Me encanta Madrid de noche, "food for though" ("comida para la mente" como dicen los ingleses). Un grupito de chicas con fuerte acento catalán gritando y bailando en las calles de huertas, lugar de copas mítico, "aquí hemos venido a disfrutar" a la vez que agitaban sus vasos y compartían sus pensamientos con media calle, calle que, acostumbrada a estos lances, no hacía mucho caso. Otro grupo, esta vez de gente algo mayor, y más tranquilos, esperando en la puerta de un local a que salieran todos. Calle arriba se escuchan cantos y risas, otro grupo de feminas en despedida de soltero, con sombreros ridiculos y objetos de extrañas formas en las manos.

De otro de los locales salen un par de chicos, por la forma de hablar madrileños, "hablando" a voces mientras esperan que se presenten otro par de amigos y juntos decidiendo como entrar al grupo de chicas catalanas que siguen cantando.

Ya nos vamos, cuando nos cierran, y no se como acabará la escena, camino del autobus nocturno, paso por un parque con tintes especiales, de muchos recuerdos. Un chico joven, sentado solo y mirando al frente, a nada en particular, espera. Apenas unos grados sobre cero y el ambiente es tremendamente frio, pero allí está, casi sin parpadear.

El autobus repleto de gente, el servicio nocturno tiene menos vehiculos y nos aglutinamos en los pocos que pasan. Un viaje teñido por conversaciones de todo tipo, tanto nuestras como de la gente que nos rodea, acabas hablando con quien tienes cerca, aunque no le conozcas. Cosas de los roces.

Y al llegar a Leganes, las calles iluminadas por amarillas farolas duermen vacias. El sordo rumor de la fuente central en la plaza emblematica de la ciudad me recibe. Mi ciudad. A pesar de ser casi 200.000 habitantes, la zona centro solo acoge a 15.000 almas, y no hay ninguna por la calle. Tan solo el leve zumbido del alumbrado público me acompaña hasta la puerta de mi casa.

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Me encanta Madrid de noche. Y mi ciudad. El ambiente bohemio de una y la tranquilidad de la otra. Me encantan los contrastes.