De pie, inmóvil, dejando que el agua de la lluvia lave su fría piel, que el sol oscurezca su pétrea apariencia. Indiferencia en estado puro.
Su vacía mirada está fijada en el mismo punto desde hace tanto tiempo que la pereza le impele a no buscar nuevas imágenes que mirar, como si girar su cuello fuera a rompérselo.
Se asegura que está esperando a que algo merezca la pena para cambiar de postura. Y lo que nos hace estar a la espera a menudo no es la paciencia si no el miedo.
Adelante, escribe