Hoy, despues del trabajo, tenía que zanjar unos asuntillos en Madrid, y como no me esperaba nadie en ningun lado, me lo he tomado con calma y he ido andando a todos los sitios (dando vueltas como un tonto)
El caso es que he entrado en una zona un tanto aspera de ver, pero que me trae nostálgicos recuerdos de hace unos años (de cuando no miraba por donde caminaba). He pasado junto a un soportal donde varios indigentes hablaban a voces, uno de ellos, que aparentaba unos 40 años, descamisado y ebrio, se ha levantado de golpe gritando "pues me voy con mi novia", varios de sus compañeros se han reido y le han dicho que un beso hace 4 años no es para llamarla novia. El personaje se ha girado mirandoles y ha dicho en voz más baja (justo cuando me pasaba a un metro suyo), "llevo un pedo tremendo, pero soy feliz así", despues ha sonreido.
Me perdonareis la expresión, y más usada en este contexto, pero, ole sus cojones. A ver, se que seguramente la felicidad venga de los vapores etilicos... o a lo mejor no, voy a darle el beneficio de la duda. El tiempo que he trabajado como voluntario con indigentes me ha enseñado que no todos han sido empujados a esa vida, y muchos no la cambiarian por la de trabajadores de oficina que tienen que trabajar 10, 12 o 14 horas al dia para ganar dinero.
Yo no cambiaría mi vida por la suya, despues de todo (y aunque haya cosas que podrian ser mejorables) le tengo cariño a mi forma de vivir. Pero hay que reconocer que muchos de los que se apiadan de ellos, o de los que les tienen asco, o los que no les consideran personas... son más infelices. El problema es que tendemos a querer mirar todas las vidas a traves de nuestro cristal, por eso los que lo ven desde el extremo opuesto nos parecen locos infelices, y lo curioso es que a menudo ellos piensan lo mismo de nosotros.
Supongo que el secreto está en aprender a respetarnos. Que de secreto tiene poco, pero eso de aprender nos cuesta más.
Adelante, escribe