"Lo imposible es el fantasma de los tímidos y el refugio de los cobardes." Napoleón Bonaparte
(tiempo estimado medio de lectura: 1 min y 40 seg)
El jueves, en el metro camino de casa, me pasó algo extraño. Incluso habiendo estado desde el viernes a primera hora con los amigos, en constante compañía y actividad, una de mis fortalezas inexpugnables, no he podido evitar estos días algunos momentos de mirada ausente y estar dándole vueltas, ajeno a cuanto me rodeaba.
Estaba de pie, apoyado contra una de las paredes del vagón, aguantando el traqueteo, escuchando Shinedown (tengo 40 grupos diferentes, pero se me ha quedado grabada a fuego la canción Breakin Inside), cuando levanté la mirada y la crucé con la de una chica en la otra punta del vagón. Bastante guapa, muy seria, llevaba un sencillo vestido azul y el flequillo de pelo castaño oscuro cogido con una pinza. Generalmente echo un vistazo a todos los viajeros, pero en ese momento no pude. Sólo la miré unos segundos. Sólo a ella.
El cansancio de andar de un lado a otro por Madrid me podía, me sentía denso y pesado por el sueño y mi cuerpo me pedía a gritos darme una larga segunda ducha, afeitarme la barba de 5 o 6 días y echarme en algún lugar mullidito. Mis ojos se cerraron unos segundos. Al abrirlos ella estaba a mi lado, había pasado por asientos disponibles para ponerse a mi lado, y su presencia era evidente por el roce de su pelo contra mi brazo.
Aunque mis ojos miraban al infinito, por el rabillo del ojo pude ver cómo de vez en cuando se me quedaba mirando. Parecía nerviosa. Sin tener muy claro en que estación bajarse. Se adelantaba, miraba por el cristal de la puerta, y volvía a mi lado. Se colocaba el pelo una y otra vez. Miraba todos los carteles. Me miraba. Se alejaba un par de metros para volver a acercarse. Su mano rozaba la mía al agarrarse a la barra.
Por un lado, un lobo siempre hambriento empezó a sacudirse dentro de mi, luchando por romper la jaula y salir en tromba, hacerse cargo de la situación e iniciar una sutil caza. Por otro, me apetecía horriblemente abrazarla, ver por qué estaba nerviosa e intentar calmarla. Y por último, mi yo más negativo me susurraba: "No es para ti, no puede serlo. Disfruta de estos segundos. Deja de soñar. Habrá quedado con alguien y está deseando llegar. Deja de imaginar las palabras adecuadas para iniciar una conversación. Mírala, ¡que lejos te queda!".
Estúpido ser gris que a ratos me habita. Estúpido yo.
Adelante, escribe