"Cuando se va la libertad, la vida se vuelve insípida y pierde su gusto." Joseph Addison
(tiempo medio de lectura: 1 min y 15 seg)
Cuando tengo que tomar una decisión importante, y tengo tiempo para hacerlo, salgo a correr. Dejo que las endorfinas me inunden, y con el animo mas positivo veo los pros. Siempre hay mil razones para no hacer algo... yo busco las poquitas que me animen a hacerlo. Al llegar a casa me meto bajo la ducha helada o hirviendo (depende de la época del año) y cuando me conquista la relajación absoluta de la extenuación, cuando todo se ha ido por el desagüe, es cuando elijo.
No es que dude de todo, pero hay cosas que llevan un proceso que parte desde la confusión absoluta. Sería estúpido si no dudase, si aceptase sin más los que otros me imponen, nadie puede saber lo que quiere por arte de magia, no al menos en las cosas importantes...
El caso es que últimamente un par de personas del entorno más cercano me están bombardeando, cada pocos días, para que intente entrar en determinada empresa. Al más puro estilo del perro de Pavlov estoy empezando a asociar esa empresa con la imposición y la limitación de mis tomas de decisiones, además de con fuertes discusiones donde se ignoran mis argumentos y se ningunea mi capacidad de análisis. Me doy cuenta de que poco a poco los criterios objetivos pierden valor en favor de criterios mas subjetivos, siendo mis negativas cada vez más contundentes. No me gusta porque añade más confusión y empiezo a dudar hasta de mi mismo.
Y es que me aterra que dentro de 15 años, entrando en los 40, abra los ojos una mañana y me de cuenta de que estoy amargado por culpa de decisiones que me impusieron en cierta manera, que otros hayan sacrificado mi posibilidad de ser feliz por empeñarse en vivir vidas que no les corresponden, y que yo hubiera aceptado por ahorrarme el mal trago de dudar. Y si llega ese día, quiero no tener excusas para librarme de esa responsabilidad. Quiero que no haya más culpables que yo mismo.
Adelante, escribe