Hands on the mirror, can't get much clearer
Can't make this all go away
Now that you're bleeding you stare at the ceiling
Watch as it all fades away
From what you do, because of you
You know I can't be there
Each time that you call
I swore not to come, but I m here after all
I know by the look that I see in your eye
I won't stand around and I won't watch you die
From what you do, because of you
Nickelback - Because Of You
El traqueteo del tren quedaba oculto por la voz de Chad Kroeger (Nickelback), sentado de frente a la ventana el paisaje corría cambiante bajo mis ojos, ajeno a la gente que me rodeaba. Mi mirada estaba algo más alejada que lo que se veía tras el cristal, normalmente significa que estoy pensando. Primero, en lo aburrido que ahora se me antojan estos viajes, cuando hace poco más de una semana me parecían de lo más relajantes. Segundo, en el proyecto en el que me comprometí embarcarme ayer por la mañana. Y tercero, en que en seis meses hay un 3% de que me cambie bastante la vida
y me he odiado un poquitin por tener todo cogido con números.
He recordado cierta sonrisa y no he podido evitar sonreír un poquito. Ha sido el punto final de mis pensamientos, en ese momento me he fijado en mis compañeros de vagón, y he recordado porque adoro hacer este trayecto en la C-5. Frente a mi un chaval de 16 o 17 años miraba al techo, a su lado, una mujer hablaba por el teléfono a voces, casi pudiendo prescindir del aparato. Una chica me miraba fijamente desde otro asiento, probablemente porque también estaba perdida en sus pensamientos y su mirada se ha perdido en el vacío justo cuando miraba hacia mi dirección, la he sonreído, me ha sonreído y ha dejado caer su mirada al suelo. Al otro lado, una madre con ojos cansados hablaba con su hija, postrada en una silla de ruedas, sonreían.
Los edificios familiares de Atocha se han dejado ver por las ventanas, empezaba a pensar en que estación bajarme, si bajarme en esa misma y andar un poco más, veinte minutos hasta mi destino, disfrutando de la inmensa urbe. O esperar otra estación y así hacer trasbordo con el metro al centro de Madrid y acabar rápido con lo que tenía pensado hacer. Mientras decidía, la mujer con la hija en silla de ruedas se ha levantado y ha empezado nerviosa a buscar a alguien, necesitaba bajarse y no lo ponen nada fácil para las personas con ese tipo de minusvalía. Me he decidido finalmente por bajarme en Atocha y así echarla una mano, otro chico también se ha levantado facilitando mucho la labor.
Cuando me he internado en la voraginosa multitud, he olvidado mi miedo, el que me atenaza a diario, y me he dejado llevar por mis pasos, calles familiares, viejos recuerdos, y es que siempre que vago por Madrid solo me asaltan los mismos pensamientos. Paradójico. Y es que me he dejado el tarro de gominolas en casa.
Me han dicho varias veces que Madrid parece un tanto gris, más me parece una bestia herida, palpitante, acurrucada, viva. He dejado que la música me invadiera por un instante, he hinchado mi pecho con aire y he erguido mi espalda para desentumecerla. He caminado entre el cielo y el infierno en pocos minutos, de la zona de comercios por excelencia, con millones de ingresos, he pasado a un barrio donde un sujeto pegaba a otro por un asunto de drogas y un tercero discutía con una prostituta sobre el precio de su servicio, otras compañeras de profesión miraban curiosas, algunas reían (¿quizás conociesen ya a ese tipo?). Todo ha acabado cuando un coche de la policía ha pasado patrullando cerca.
Me he sentido un poco más libre, no sabría definir porqué. Quizás porque la vena egoísta de escritor (por llamar a lo que hago escribir, sin merecerlo) se alegra de tener material de sobra a un paso de mi vida cotidiana o quizás porque el realista que todos llevamos dentro se alegre de saber que todo podría irme peor. Que, en el fondo, no tengo porque quejarme. Cuando he vuelto a subir al tren, y abandonaba la urbe de camino a mi ciudad, más pequeña, he vuelto a sonreír, esta vez sin pensar en nada. Ni Madrid, ni miedos, ni anhelos
por un rato.