Los ojos cerrados, negro sobre negro. Oscuridad.
El aire frio golpea la cara a medida que avanzas, el olor del ozono (habitualmente llamado "olor a tierra mojada") inunda tus fosas nasales. Sientes el barro hundirse bajo tus pies, con cada pisada, con cada exhalación. Entras en una zona de arboles justo cuando las primeras gotas son obligadas a caer por la tierra, el tenue golpeteo del agua sobre las hojas acompaña tu carrera.
Ya no hay casi barro, tan solo una alfombra de hojas de tonos ocres. Apenas hay sonido, no se escucha más que el golpeteo de la lluvia. Y el olor penetrante a pino, a arbustos, a vida...
El sudor cubre tu espalda, el agua moja el pelo y cae por la piel, mezclandose. La libertad se ha abierto camino a machetazos contra los miedos. Los fantasmas han sido barridos por las purificadoras precipitaciones. Unos tambores empiezan a sonar en tu cabeza, al ritmo del corazón, profundos, haciendo vibrar cada fibra de tu ser, con cada paso, con cada golpe. Primero de forma tenue, un lejano sonido... despues de forma más grave, hasta que se convierte en un atronador martilleo que te impulsa hacia delante.
Los musculos se quejan, los huesos crujen, las articulaciones amenazan con fallar. Pero no puedes parar, la libertad te ha concedido sus alas. Fuego, velocidad. Te rodea un volcan en erupción, refrescado de vez en cuando por gotas que se cuelan en entre los arboles y caen sobre tu cara, tu pecho, tu espalda...
Tensión. Paso a paso, golpeando las hojas del suelo. Al descubierto otra vez, los musculos de la pierna derecha se tensan antes de efectuar un salto para evadir una zanja, un relampago lejano ilumina el cielo, partiendo el cielo... y a los pocos segundos, el trueno rompe la realidad.
Una casa construida en la montaña, pequeña y acogedora, con las paredes de madera y el techo cubierto de paja, con flores mecidas suavemente. Un camino liso, sin piedras, que lleva entre arbustos bajos y arboles frutales cargados de dorados y dulces frutos hasta un acantilado. Y desde allí, el vacio inmenso, el mar infinito y la tranquilidad de saberse efimero...
Y el calor sube por los gemelos, alcanza el abdomen, se agarrotan los brazos, los pulmones arden. Y el cuerpo amenaza con colapsar... pero hay una sonrisa por haber saboreado de nuevo el placer inmenso de llevar el cuerpo al limite...
Adelante, escribe