En lo más profundo de la montaña; más allá de las minas abiertas por el hombre en su insaciable afán de poseer; bastane lejos de los ultimos vestigios de un rayo de luz que casi todo lo alcanza; desconocido incluso por las criaturas sin ojos que se arrastraban por el frio y oscuro suelo inexplorado.
Kilometros de piedra habían evitado cualquier asomo de calor solar, pero el ambiente era templado, en parte por la cercanía con la roca fundida que luchaba por emerger y tomar forma, en parte por la actividad constante. Nada habría podido vivir en ese lugar sin oxigeno, ni luz, ni alimento... pero el martilleo era constante, el murmullo de unas palabras era audible.
Una figura se recortaba en la luminosidad de la fragua, sus musculos brillaban con el sudor, el flequillo pegado a la frente, el pecho inchado con cada profunda inspiración, sus ojos, enloquecidos, apenas se atrevían a mirar lo que sus manos estaban haciendo. Se centraba en el tacto suave de la madera del mango del martillo, pulida por el uso, y en la aspereza del yunke, cuyas esquirlas le habian traspado la piel tantas veces. Intentaba dejarse llevar por el habito del trabajo, de dejar que su corazón latiese al ritmo de los golpes, de aspirar el aroma persistente de la soledad, reconfortarse con la seguridad de que no había nada que pudiera sacarle de su tranquilidad.
Pero su paz se resquebrajaba por momentos, aquello que tenía sobre la inmensa mole de acero parecía latir con vida propia, sus golpes acostumbrados a modelar casi cualquier metal, ahora se veían inutiles. Transpiraba miedo, sensación desconocida en el mundo que era su habitación en el fin del mundo. Tenía que dejarlo, no podía seguir, su cabeza iba a reventar... y no se atrevía a tocarlo. Echó una manta por encima para dejar de verlo, pero la silueta seguía ahí, demostrando acusadoramente su incapacidad.
Miró sus manos, habían sufridos cortes, golpes y quemaduras, nunca hasta ahora habían temblado. Se alejó todo lo posible del yunke y se dejó caer de rodillas, sintió el sudor sobre unos musculos que habrían sido capaces de doblar el mundo. Una unica lágrima se formó en sus ojos, secos del calor de la fragua. Cerró los ojos mientras el temblor abandonaba la inmensa mole de su cuerpo, se dejó acariciar por la oscuridad, y su sosiego se acurrucó en la tibieza del ambiente...
Se sentía vencido.