Tranquilidad, la brisa haciendo susurrar las hojas de los arboles, el sonido de algunas aves en mitad del bosque, el murmullo de un riachuelo medio ahogado por el verano pero generando vida con su fresca agua de montaña... y de repente empiezan las voces, casi todas ordenes, estampidos a lo lejos y acercándose. Más voces, y se despierta el instinto más fundamental del ser humano, el de supervivencia. Los sanitarios corren para ayudar a los compañeros eliminados, las voces pidiendo ayuda se multiplican, las posiciones más avanzadas comunican por radio que han perdido posiciones y que todo aquel que capte el mensaje debe ir retirándose poco a poco.
El miedo se mastica en el ambiente, el tiroteo sigue, empiezan a sonar las minas colocadas en los accesos que debíamos defender y que hemos abandonado. Nos reagrupamos poco a poco, y la esperanza se abre camino en la densa oscuridad, un uniforme aliado, dos, cinco... los refuerzos, han abierto un camino para que huyan los supervivientes. Y nos hacen señas para que salgamos corriendo.
Y corremos. Corremos confiando en que nos van a cubrir, sentimos tanto la munición enemiga como la nuestra propia volando a nuestro alrededor. La adrenalina te inunda violentamente, de repente ya no sientes cansancio, ni notas los 12 kilos de equipo, ni la sed... ni el dolor, el tiempo se ralentiza y puedes escuchar cada estampido de las replicas, cada voz de tus compañeros, cada voz de los enemigos. Tan solo después de alcanzar una zona segura ves que tienes los brazos cubiertos de arañazos de correr por los arbustos, que incluso hay un leve corte en el pomulo y que tu cuerpo pide con urgencia un descanso. Te dejas caer pesadamente entre dos rocas de aspecto seguro mientras bebes agua con avidez, escuchando de lejos los intercambios de fuego entre los dos bandos y sonriendo aliviado con el descanso del guerrero
Es solo un juego, un deporte, ni nos disparamos balas de verdad, ni en ningún momento hay ningun peligro real... si acaso un pequeño moratón o algunos arañazos al tirarse al suelo. Es emocionante ver como dos equipos de 70 personas cada uno (que luego aparenta ser más ya que nadie se elimina permanentemente si no que sale en unos minutos para seguir jugando) se enfrentan en una serie de escaramuzas. Lo mejor es que una vez acabada la partida, los dos equipos se reúnen y el ambiente es cordial, y hay bromas, y se comenta una situación u otra. Gente (a la que la mayoría no conoces de nada) que te invitan a tomarte un refresco con ellos para reponer fuerzas. Compañerismo en estado puro que deja la acción solo para el campo de juego (que ya me gustaría ver eso en todos los deportes que están socialmente mucho más aceptados).
No entiendo como hay gente que puede disfrutar (o al menos empeñarse en que se haga) una guerra de verdad, de las que cuando se acaba solo quedan ausencias y donde después no hay risas si no lagrimas, y no hay conciliación con los contrarios si no rencores. Por muy fuerte que sea la descarga de adrenalina, no sirve para justificar todo, hay cosas de la mente humana que se me escapan.