"La resignación es un suicidio cotidiano." Honoré de Balzac
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Ayer quedé con una amiga en Madrid. Camino de un starbucks pasamos por Montera, una calle que para estar plagada de prostitutas está bastante transitada, constantemente vigilada por un par de patrullas y con una comisaría muy activa. No se ven las peleas constantes de otras zonas con la misma actividad, así que lo veo como una elegante forma de llevar la miseria con cierto disimulo.
Me llamaron al móvil y mientras hablaba, mi acompañante hizo el gesto de que iba a meterse en una tienda de ropa. Así que me quedé fuera para terminar la conversación. Cuando colgué, todavía solo, chequeé el email... y noté como un brazo se enlazaba con el mio. Mi amiga no es de muestras de cariño físicas, sonriente y sorprendido la miré para comentarlo. Y la que enlazaba su brazo con el mio era una chica morena, más joven que yo, bastante guapa, y con un vestido que evidenciaba sus intenciones. No es la primera vez que me pasa algo parecido en esa calle, así que sin borrar la sonrisa de la cara y con suavidad, me zafé de ella. Justo antes de separarse, acercó sus labios a mi oreja y me dijo "Venga, un completo, media horita por 30 euros".
Yo no es que sea un semental, pero media hora me parece ridículo... habría que ver que considera un completo. O lo que es peor, qué clase de clientes pueden quedarse satisfechos en media hora, y a los que tiene que aguantar. Aunque seguramente media hora pueda ser toda una eternidad si no estás con la persona adecuada. De todas formas, desde que leí "El año que trafiqué con mujeres" de Antonio Salas, cualquier posible remota tentación se desvanece y sólo soy capaz de sentir una inmensa lastima por la pobre chica que debe ir vendiendo su cuerpo. No puedo evitar pensar en su historia, y hasta sentir la necesidad de convertirme en héroe por un minuto. Demasiadas películas. El mundo gira a otro ritmo más cruel.
Adelante, escribe