Ayer por fin pude ponerme a escribir de nuevo presa de esa sensación de revanchismo con el mundo. Escribir casi con rabia, creando una historia que surge como un hilo entre las hebras de una maltrecha realidad.
Antes de quedar con mis amigos me escapé a la capital, a la enorme urbe llena de gente. Una hora caminando por sus calles, una hora de transporte publico, decenas de personas susceptibles de ser escritas, pequeños trozos de tela del que inventarse un traje, algunos incluso trajes completos sobre los que simplemente escribir.
La chica morena que a las 18:30 se posaba en la barandilla del centro comercial de principe pio, esperando con gesto nervioso. La pareja que se dedicaba a susurrar sobre todos y cada uno de los viajeros del metro que a su vista estaban en la linea 10 a las 7 de la tarde. El anciano que, orgulloso, se negaba a sentarse en el asiento que le ofrecían amablemente cerca de la anterior pareja. El argentino que estaba de pie a mi lado hablando con un compañero a viva voz sobre sus proyectos pasando por la estación de "Casa de Campo". Una de las camareras del restaurante chino donde cenamos que me sonrió al tomarnos nota.
Miles de personas, gestos, ideas... idas y venidas. La mecha estaba dispuesta. La llama, la canción de Serrat interpretada por los secretos:
Tú no, princesa. Tú no.
Tú eres la rosa
que fue a nacer entre cardos
como revancha
a un arrabal despiadado
en donde el día
se ocupa de echar por tierra
toda esperanza.