Fuego en las venas. Corazón rugiente. Ciegos ojos. Rabia contenida en un sinfín de vacios huecos.
La oscuridad danza a tu alrededor, baila con ella, besala, sientela. Es la única compañía que el destino te ofrece, sonriente relame la sangre de tus labios, la que te has hecho al mordertelos para intentar despertar de la pesadilla.
Un arañazo en tu pecho destila el miedo que, como un profundo perfume, te inunda las fosas nasales, hasta el punto de sentir un leve mareo. Atontado te tambaleas, unos pasos en una dirección, otros en dirección contraria. Te chocas contra algo. Asustado te das media vuelta dispuesto a descubrir con que te has golpeado. Una ovalada forma te mira. Poco despues descubres un esbelto cuerpo, su oscuro liso pelo enmarca su fina cara, la de una joven de clara sonrisa, llegando hasta su pecho, cubierto con una gris túnica que llega hasta los tobillos, dejando ver unos pequeños y pálidos pies. Te pica el cuerpo, probablemente sudas desde hace un rato, sus ojos te atraviesan como lanzas de fuego y te abandonas a su merced. Te sientes como un animal herido, te revuelves y jurarías que hasta gruñes de no ser porque hace rato que estás convencido de que ya no tienes sentidos fiables.
Plantas una rodilla en el suelo, quizás por cansancio, quizás por reverencia, sintiendo como el frio de la piedra es un consuelo. Tu cuerpo decide seguir la inercia y apenas aguanta unos segundos antes de caer. Besas el suelo, sabe a tierra, a polvo, al menos no sabe a la fria levedad de los besos de la oscuridad, de los mordiscos de su apagada pasión.
Levantas ligeramente la vista, la extraña figura que ha entrado en tu pesadilla te mira con compasión, aunque no puedes evitar ver que tras la capa de suave comprensión hay una afilada cuchilla de desprecio. Te acurrucas cuanto puedes.
Una leve claridad, como la luna llena en un bosque, hace que su cara parezca más palida, su sonrisa menos sonrisa, su ojos más profundos y tu miedo más físico. Un suave sonido te llega amortiguado. La joven se da la vuelta y se aleja de ti, la túnica apenas refulge con la selénica luz. Sientes una cálida llama prender en tu pecho, allí donde antes había un corazón, dispuesto a no dejar vacio el hueco que tendrá que volver a ser llenado.
Poco despues, vislumbras de nuevo la figura, a unas decenas de metros, parece esperarte. Te levantas renqueante, con el nuevo calor metido en el cuerpo, cojeas dolorido hasta donde está ella y caes, buscas su cuerpo para apoyarte, deseas aspirar su aroma, sentir su torso contra el tuyo, que tus manos puedan rodear su cintura y su respiración calentar tus musculos... el frio suelo te acoje indiferente, su sonrisa no ha desaparecido, aunque quizás ahora tiene un leve matiz de burla ante tu imagen tendida frente a ella.
De nuevo avanza otro puñado de metros y te espera. Te levantas escarmentado, aunque ahora al menos puedes oler el ligero olor a jazmin que desprende. Paso a paso, agonicamente, llegas de nuevo hasta su presencia. Allí esperas a que ella siga andando. Al ver que no caes, te sonrie candorosamente y murmura algo en quedos susurros, no lo oyes y te acercas para escucharlo mejor, pero no lo repite.
Un breve beso en la mejilla refresca tu, ahora ardiente, piel.
Y en tu pecho arde una llamita. Hasta una pequeña antorcha es capaz de iluminar un camino en mitad de un arboreo oceano con millones de habitantes.