"El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates." André Malraux
(tiempo de lectura medio estimado: 1 min y 20 segs)
Un golpe, directo y bien dirigido, le lanzó hacia atrás envuelto en una nube de polvo gris. No se resistió, se dejó llevar, puso distancia entre ambos. Con el dorso de la mano palpó los labios para descubrir un hilillo de sangre manando calidamente. Se dolió en silencio.
Frente a él se erigía una replica de si mismo. Con una sonrisa enigmática, los ojos ensombrecidos y la mirada de demencia desatada. No era la primera, ni sería la última, vez que se encontraban. Tenía que luchar contra esa locura, la derrota no era una opción, debía vencer a cualquier precio, incluso si eso significaba sacrificarse así mismo. Aquella replica no tenía miedo, luchaba por imponer su orgullo... y no entendía de limites.
Saltó hacia él con el animo de sorprenderle... una patada bien calculada, a la altura del plexo solar, recibió su intento. El impacto le recorrió el torso, y paralizó sus pulmones un segundo. Flotó en el aire durante una eternidad antes de caer al suelo. Era difícil pillarle desprevenido, compartían pensamientos.
Desde el suelo le veía allí, impasible, sonriendo odiosamente, tranquilo sabedor de que el tiempo siempre jugaba a su favor. El ambiente demasiado seco, demasiado oscuro, le impelía a encogerse y dejarse hacer. Pero no quería. ¡No era así!. Plantó un puño en el suelo, para luego clavar una rodilla y auparse con un esfuerzo lleno de dolores musculares.
Tenía que ir con cuidado. Mantener el combate abierto. Bailarse. Estudiarse. Comprenderse. Respirarse. Cada estupidez le costaba más dolor. Más incomprensión. Estar más cerca de la derrota. Se repitió que no era algo que pudiera permitirse. Su contrario era metódico. Tenía sus trucos. Sus bestias. Cada fallo oscurecía más el ambiente. Allí, desde donde no llegaba la luz, un coro de gruñidos celebraban sus caídas. Querían cernirse sobre él. Deseaban rasgar su piel para beberle. Romper los huesos con sus afilados dientes. Hurgar más allá de lo físico. Necesitaban su derrota.
Una vez en pie se irguió y miró de nuevo a su oponente. Se reconoció como tantas otra veces. Lo sabía. No era un extraño. No podía culpar a otros. ¡No quería hacerlo!.
Era tan conocido, tan familiar. Casi como un viejo amigo. Sonrió. Estaba cansado, le dolía, pero al menos era una batalla que entendía. Era como un juego. Merecía la pena. Había perdido muchas veces, pero las victorias eran tan, tan, dulces...
y la foto? hoy no pones?
bueno, la verdad es que da igul. me encanta ese trane guerrero!
muacks
Madre mia... se me había olvidado y en los 10 minutos que he tardado en apañarlo, ¡has escrito!
El Träne guerrero a ratos necesita un descanso pero sin duda ha nacido para esto ;). ¡Una vida más tranquila sería muy aburrida!
Un abrazo Eliara
jijiji
ahora si
muacks