"Un estómago vacío, es un mal consejero". Albert Einstein
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Empiezo a sufrir los primeros síntomas de un catarro cabrón, de esos que no justifican quedarse en la cama, pero que te hacen moquear y te prenden de fuego los ojos. Correr por el parque con este frío no ha sido tan buena idea.
Así que después de una noche de dar vueltas y vueltas en la cama, me he dejado caer por el borde, me he vestido y me he propuesto darme un capricho, chocolate con churros (lo bueno de los catarros cabrones es que al menos no me quitan las ganas de comer). Y ya de paso traía el desayuno para los demás.
La churrería a la que voy es nueva, pero ha cogido fama por sus porras "contra la crisis", básicamente cuestan lo mismo que en otros sitios, pero son casi el doble de grandes (se me ocurren media docena de nombres más convenientes... pero no puedo mancillar Internet)... la fila para entrar era enorme, pero avanzaba a buen ritmo. Cuando todavía faltaban media docena de personas antes de mi turno se han acabado las porras. Había que esperar al menos 10 minutos.
A todo esto, seguía llegando gente. Cuando han sacado una nueva tanda de porras de la freidora, los camareros que atendían las mesas (con muchísimo menos flujo de clientes) y los que atendían los pedidos han empezado a coger porras hasta acabarse. La indignación ha recorrido la fila: "mira ese listo, que acaba de llegar, y ya tiene su porra", "¡Es verdad! ¡Joder! Al final es mejor sentarse todos"... de los murmullos se han empezado a los comentarios en voz alta y de ahí, a señalar e insultar a los clientes que acababan de llegar, se habían sentado y ya estaban disfrutando de las porras. De no haber sido por la mediación de algunos de los que estábamos allí, hubiéramos salido en las noticias (y con mi catarro no estoy para que me entrevisten en la tele)...
Todo por esperar 5 minutos más para llevarte unas porras a casa, ¿qué no pasará cuando esté en juego el agua corriente o la comida de los nuestros?