Media docena de figuras danzan alrededor del fuego, el rojizo resplandor acota la noche cerrada en un pequeño circulo medio en penumbras. Los bailarines, de sexo imposible de definir bajo largas, oscuras y pesadas tunicas, se mueven espasmodicamente al ritmo de un sinfin atronador de tambores, musica que proviene de más allá del lindero visible, envolviendo la palpitante imagen.
Los reflejos del fuego sobre las negras tunicas parecen hilos de sangre llenos de vida, cambiando la dirección al ritmo de los impulsos de los danzantes misteriosos. Ni la luna, ni las estrellas están invitadas y su luz blanca está ausente, hasta tal punto que las propias ropas que ondean en el reducido espacio iluminado parecen emanar una luz propia, oscura.
Una de las capuchas cae en un giro de su dueño, dejando a la vista unos afilados rasgos, el pelo negro liso y largo gira en torno a la cabeza, cubriendo como arañazos la palida piel de la cara, que ahora luce rojiza. No se molesta en ocultar de nuevo su rostro, danzando al ritmo arritmico de los tambores.
Poco a poco los tambores callan. Lo que hasta hacía unos momentos parecían miles de caballos desbocados sobre una ladera llena de rocas ahora no son más que leves susurros, breves toques con la llema de los dedos sobre la piel tensa del instrumento. Un susurro lleno de palabras ocultas, de miedos oscuros, de sueños rotos, de gestos dolientes. Las figuras frenan su frenesí, siguen girando, cada vez más lentos, pero sus movimientos ahora son fluidos, al principio como agua, pero poco a poco casi inhumanos, como el humo, a medida que el sonido se extingue hasta el silencio.
Y el fuego crepita con más fuerza, como si un ser invisible hubiera echado leña.
Con este gesto invisible los tambores rompen el silencio en un atronador mazazo que hace retumbar el suelo y el aire, para seguir despues con ritmos más rapidos, enloquecidos. En el circulo los bailarines responden a la llamada revolviendo sus cuerpos hasta lo imposible, proximo a la desmembración de sus cuerpos. Saltan y giran, realizando complicadas y rituales piruetas, dejando que el calor del fuego lama sus rostros cubiertos de sudor.
Sin descanso.