Las primeras gotas mojan tu pelo, miras hacia arriba esperando un poco de conmiseración divina, o que el azar te tenga en estima, pero da igual a quien clames, no cambia nada. Gota a gota cae sobre ti, resbalando por la ropa impermeable y cayendo al suelo, indiferente, sin importarle sobre quien cae, en su ciclo ya ha visto muchas vidas humanas como para importarle la que ahora humedece. Efímeros son unos años para una vida que se cuenta por milenios.
Aprietas los dientes y sigues corriendo, los pasos cada vez menos firmes, cada nueva zancada deja unas finas lineas en el barro, la lluvia se hace más fuerte. Las zancadas son más largas, bates enfadado el suelo con cada paso. La rabia acumulada va saliendo a medida que el aire humedo penetra en los pulmones. Nada importa, no existen problemas, no hay estrés, nadie te exige. El mundo se pliega ante ti, y se transforma en un camino que, poco a poco, se va embarrando. Los problemas de casa no llegan aquí, la lista de correos por contestar no te mira suspicazmente, el montón de apuntes que estudiar esta escondido, calentito y a salvo.
Ya no pisas tierra, ya solo es barro. Los pantalones han tomado el color del suelo hasta la altura de las rodillas, las deportivas grises, ahora son marrones. Y con cada nuevo paso, con cada nueva inspiración, algo de dentro se rompe, como un edificio al que le salen grietas, poco a poco surge un rumor suave, que va creciendo, vibrando, más y más grave, haciendo suyo el desbocado latido del corazón, haciendo suyo el retumbar de cada golpear el suelo, como unos tambores de guerra. Pronto todo es rugido, ensordecedor, que viene desde dentro, arrancando cimientos y limpiando hasta las preocupaciones más arraigadas y los miedos más oscuros. Y de pronto, donde había una urbe de pesadillas, solo queda una pradera vacía. El agua que al principio inflamó la ira, confundida y despistada, ahora apaga y refresca.
Y un millón de olores te envuelven. Romero. Eucalipto. El olor del barro.
Y surge el silencio. Reconfortante. Pacífico.
Sólo silencio, nada más que silencio.
¡No recordaba lo placentero que es correr bajo una lluvia intensa!