"He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer. No he sido Feliz." Jorge Luis Borges
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El otro día me acordé de una anécdota.
Hace unos años estaba con mis amigos en una discoteca, machete metafórico entre los dientes, para intentar ligar. Eramos jóvenes, inocentes, tiernos... bueno, a lo mejor sólo lo de jóvenes. Elegimos un grupito de chicas que cuadraban en número con nosotros. Elaboramos finísimas mentiras sobre trabajos que no teníamos, iniciamos intricadas estrategias para montar quienes no eramos y pusimos nuestra mejor careta. Nos lanzamos a por ellas.
Varios anillos de casada nos frenaron de golpe. La asimilación, el reconocimiento del fracaso, la huida... fue memorable. Mis amigos se recuperaron rápido, menos el que aprovechó la incapacidad de ligar para contar sus penas y ahorrarse el coste de un psicólogo, y fueron a por otro grupo de chicas. Yo no llevaba tan bien las negativas, y decidí simplemente divertirme, bailar, tomarme un par de copas, reírme... y observar. El lobo salvaje que ahora gruñe dentro de mi era apenas un cachorrito que gañitaba lastimeramente, pero ya apuntaba maneras. Busqué a mi alrededor, y vi a otros como yo, deseosos de encontrar un rincón a salvo lejos de sus amigos en modo depredador, lejos de hienas y de cocodrilos. Necesitaba(mos) un ambiente más tranquilo.
Pensé que eso de dejarse llevar a hacer cosas que uno no quiere era sólo cuestión de edad, que cuando pasan los años uno va tomando sus decisiones. Y resulta que no, que a diario mucha gente emplea su ocio en hacer cosas que no le apetecen. Presiones sociales que van modelando una vida que no quieren vivir. Supongo que es por miedo a la soledad, la necesidad de pertenencia a un grupo... lo bueno es que hay grupos para todo. Hasta yo, con mis gustos peculiares, he encontrado donde encajar... todo es cuestión de saber tender la mano. Por si acaso, yo la tengo tendida siempre.
Adelante, escribe