"Desde el momento en que llegamos a esta vida, el tiempo nos gobierna, lo medimos, lo señalamos, pero no podemos vencerlo, ni siquiera hacerle ir más aprisa, ni más despacio..." Película "El ilusionista".
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Últimamente una de mis fantasías más recurrentes es poder estirar el tiempo como si se tratase de chicle... convertir 24 horas en 200. Me falta. No doy más de mi.
Tengo una lista interminable de emails por responder, una nueva tabla de gimnasio más exigente, un cuaderno lleno de garabatos para poder empezar algún proyecto literario (malo, porque soy yo, pero relajante... porque soy yo), nuevas oportunidades que aprovechar, un libro de alemán que me mira con ojos de abandonado cada vez que paso frente a él, media docena de pelis (y sus correspondientes media docena de bolsas de palomitas de microondas)...
El tiempo es voluble, caprichoso. No es lo mismo esperar agonizante durante meses para una respuesta a tener certezas y que los meses vuelen. No es lo mismo 96 minutos de reunión donde no se dice nada que charlando con alguien interesante. No es igual el eterno instante de dolor que te recorre el cuerpo tras un fuerte golpe, que el fugaz instante de un largo beso que te deja con ganas de más.
El tiempo es curioso. Parece siempre dispuesto a llevarnos la contraria. Y aquí no vale el "si no nos movemos, no nos verá".