"No puedes esconder el humo si encendiste fuego." Proverbio africano.
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Generalmente soy un tipo cauto... pero hay veces que simplemente se oye un "clic", y todo cambia.
Hace un par de años fui de viaje con unos compañeros. La casa estaba en la montaña, y había una enorme cruz en la cima, a la que queríamos llegar medio caminando, medio trepando. Pero a mitad de camino encontramos uno de los pocos sitios con cobertura de toda la zona, casualmente frente a un caserón aislado, medio derruido. Tenía altos muros y una puerta de hierro flanqueada por dos especies de garitas de guardia. Muy a lo medieval, sólo que la casa debía estar construida a mitad de los años 50.
Aprovechando que todos hablaban con sus familias y/o novias, y que yo ya había cumplido, aproveché para echar un vistazo. La puerta de hierro del recinto estaba tirada en el suelo, medio oxidada, igual que la de la propia casa, también arrancada de cuajo y tirada junto a la entrada. Me metí dentro. En la planta baja había unos cuantos graffitis, botellas de cerveza, condones usados... pero subí a la primera planta y se volvió más interesante. El suelo estaba cubierto de polvo y escombros... ni una sola huella. Por alguna razón, los inquilinos ocasionales se quedaban abajo.
Entré en una habitación medio quemada, con una mesa todavía entera cubierta por un mantel no tan entero y platos llenos con restos de comida fosilizada, aunque me extrañó que no pareciese mordisqueada por animalejos. En el suelo había un cuadro, una foto en blanco y negro, dentro de un marco barato de plástico. Me puse de cuclillas para echar un vistazo. Escuché pasos a mi espalda. Me giré para compartir mi descubrimiento con alguno de mis amigos. No había nadie. Miré por el pasillo, y sólo estaban mis huellas, claras y profundas. Volví a escuchar pasos, justo a mi espalda. Dentro de la habitación cuya única salida estaba cubriendo yo con mi cuerpo. Sentí un escalofrío brutal. Los había escuchado claramente.
Salí al pasillo (malditos pasillos), y al pasar por delante de una de las puertas cerradas escuché una especie de gimoteo. Intenté abrir la puerta, sin exito. Pregunté en voz alta si había alguien (sintiéndome inmensamente ridículo). No hubo respuesta. Una vocecilla me decía que mejor era salir ya de ahí. Pero quedó eclipsada por un "clic". Se me pasó por la cabeza que quizás ese ruidito era de alguien que necesitaba ayuda, y que mejor despejar dudas. Apuntalé la pierna izquierda en el suelo, cogí impulso y estampé el pie derecho justo debajo del picaporte, astillando parte de la puerta y abriéndola estruendosamente. Nada. Una cama con mantas medio raídas, un armario abierto de par en par y ropa suelta en el suelo. Y mucho silencio.
Antes de bajar, salir de allí y unirme con amigos, eché un último ojo. Donde hay ratas, hay excrementos, y los cables suelen estar mordisqueados... incluso huellas de 4 o 5 deditos en la gruesa superficie de polvo. Algo que me ayudase a entender de donde venían los ruidos. Nada de nada. Impoluto. Salí un poco más rápido de lo que había entrado.
Ese jodido "clic" salta cuando menos me lo espero. Aunque siempre jugando con fuego. Ya sea para mandar un mensaje a alguien a quien se que no debería. Dar una penultima oportunidad a quien no se lo merece. Meterme en lugares donde no debería meterme. O apuntarme a cosas que el sentido de la conservación de la especie no es capaz de entender. Y mira que me he quemado veces.