Pues abro el baúl de los recuerdos, y efectivamente, tenía una vida aparte de Claudia :). Mi padre y yo solemos irnos todos los años 3 o 4 días a algún sitio, como soy el que más se parece a él, pues nos vamos solos y dejamos en paz a mi madre y a mi hermano. Hace un par de años fuimos a Jaen, mi padre le comentó a un empresario de esa zona que nos buscase algo decente, una buena zona para hacer marchas interminables, buena comida y mucho verde (ambos amantes de la naturaleza encerrados en la voraginosa ciudad, nos gustan los bosques inmensos :)).
Al final acabamos en el parque natural de Cazorla, un valle inmenso rodeado de altas montañas y todo cubierto con un manto de verde vida. Una de las actividades que te ofrecía el pequeño establecimiento donde estábamos eran paseos a caballo por los alrededores, el primer día que nos animamos estuvimos un par de horas, básicamente para aprender a montar con cierta seguridad y ver los alrededores. Fue el segundo día el que guardo con más nitidez.
Ese día desayunamos tarde, nos dimos un paseo muy ligero y comimos bien, habíamos quedado a las 4 con el chico que guiaba los paseos y no queríamos ir cansados. Nos presentamos puntuales en las cuadras, también se había animado una de las camareras (bastante agradable por cierto). Nos ofrecieron unos caballos mejores que el día anterior, ya que esta vez iba a ser una sesión más larga y más dura. Cuando vi la inmensa mole blanca que me tocaba, adquirí el color de su piel :), un semental que había dejado paso a los más jóvenes y que ahora le dedicaban a los paseos, robusto y tranquilo (por suerte :)). Me subí con cierta dificultad (era bastante alto, incluso para mi 18).
Nos llevaron por un senderito por el que se nos cruzaron un par de ciervos (o ciervas o gamos
en cuestión de fauna ando un poco verde), la sensación ya era impresionante, ver como se cruzaban esos animalillos, bastante más pequeños que las bestias que nosotros mismos montábamos. Al poco tuvimos que cruzar un río de medio metro de profundidad y lleno de rocas, impresionante de nuevo. A lo lejos se veían algunas nubes negras y las monturas empezaron a piafar nerviosas, el guía nos dijo que iba a haber tormenta y que los animales se ponían muy nerviosos
que procurásemos tranquilizarlos, en mi caso no fue difícil, llevaba un par de horas palmeando y acariciando el cuello del caballo y susurrándole halagos (¿que pasa? Prefería tenerlo contento desde el principio :)).
Cada vez costaba más manejarlos, pero tampoco importaba mucho, el líder equino que marcaba el camino era el que manejaba el guía y el resto, en caso de duda, le seguían dócilmente. Algunos jabalíes rumiaban unas raíces a 50 metros del camino, enormes bestias que no acostumbraban a atacar por esa zona. Sinceramente, el miedo por la tormenta incrementaba la adrenalina de la situación (comprendedme, la segunda vez que montaba a caballo, un bicho tan grande, los jabalíes salvajes y en el inicio de una tormenta).
Lo mejor de todo fue cuando empezaron los rayos a lo lejos (ver como un relámpago rasga el cielo oscuro y el trueno parece hacer crujir las ramas mientras estás en un bosque montado a caballo es tremendo), las primeras gotas de lluvia golpeaban contra nosotros y sentí algo que no he vuelto a sentir más que en un par de ocasiones. Sensación de libertad, plenitud de todo
tenía todavía una hora y media para disfrutar de todo aquello, iba a ver a mi novia en un par de días, a punto de acabar segundo de bachillerato, estaba ansioso por contar a los amigos de la tienda de rol la experiencia y proponer algún viaje similar
en una sola palabra, lo que sentía era felicidad.